Guillermo Vergara, 2022
Probablemente cuando más disfruto escribiendo en mi blog es cuando visito pequeñas ciudades o lugares algo aislados donde aún es posible encontrar herencia española.
Esta vez, en compañía de dos compatriotas, he viajado hasta la ciudad de San Nicolás o Sint- Niklaas, en flamenco. Sint- Niklaas es una tranquila ciudad flamenca cercana a Amberes, en el llamado País de Waers. Hoy roza los ochenta mil habitantes. Es una de esas ciudades flamencas, como Malinas, Lovaina, Diksmuide u otras por las que siempre apetece pasear por sus centros de calles poco empinadas cubiertas de adoquines. San Nicolás, además, tiene un aliciente adicional: la «Grand- Place» más grande de Europa. Sin duda, digna de una visita. No obstante, al ocupar más de tres hectáreas, suele usarse para eventos o actividades, que no siempre permiten una apreciación completa de la Plaza, presidida por el Ayuntamiento. Lo último que he oído es que el ayuntamiento pretende reducir su tamaño. Yo la dejaría así.

Se podría pensar por la foto de portada que la bandera de España la llevamos nosotros y que la izamos en la misma plaza. Pero nada más lejos de la realidad, aún no hemos llegado a esos extremos.

La verdad es que la bandera española nos recibe de golpe al entrar en la Plaza, a donde llegamos andando desde la estación. Junto a la gran bandera, un nombre: «Restaurante de Tapas Plaza Central». Pensamos que se trataría del bar de algún inmigrante y nos prometemos comer hoy allí. Una vez que visitemos los vestigios españoles, claro. En Sint- Niklaas son escasos, pero relevantes, pues dan muestra de la integración que muchas familias españolas tuvieron en Flandes. En concreto, en esta ocasión, nos referimos al apellido «De Castro», a cuyos titulares no les fue del todo mal por estas tierras. Hoy en día, una calle junto a su antigua mansión, que es ahora una «Casa de Bienestar» (debe ser algo así como centro de la tercer edad), siguen llevando su nombre y allá fuimos a recordarla.
Pero antes, nos hacemos una foto junto a la gran estatua a San Nicolás que flanquea al edificio del Ayuntamiento de Sint-Nikklas.

Precisamente, el nombre del pueblo, San Nicolás, también nos sirve para recordar otro vínculo de España con Flandes. Hoy en día, en Bélgica es mucho más común celebrar la festividad de San Nicolás, en la noche del 5 al 6 de diciembre que la de Papá Noel, la noche del 24. Históricamente, ese día San Nicolás venía desde España, acompañado de ayudantes morenos o negros y daba regalos a los niños buenos, llevándose a los malos a España. Tal vez esta leyenda saltase luego también a la figura del Duque de Alba, con el que aún asustan a los niños en Holanda. Otras historias dicen que San Nicolás traía naranjas desde España, un producto por entonces poco conocido en Flandes.
Hace poco, en mi vida profesional, un cliente originario de Sint-Niklaas, me comentaba que ni en broma volvería allí a vivir. Es cierto que mientras callejeamos, el pueblo parece algo aburrido, pero tampoco es para tanto. Finalmente, en la esquina de la calle de De Castro, una estatua de la Virgen nos recuerda la tradición católica de Flandes. Avanzando un poco, llegamos al edificio que nos interesa. Es domingo y está cerrado, por lo que no podemos entrar. No obstante, se nota que es un edificio muy renovado, con ladrillos que claramente se han añadido en épocas modernas. Aún así, el edificio mantiene el aire de una importante casa señorial: grande, compacto, con grandes ventanas y una pequeña torre o chimenea. Y no es para menos, ya que, como dije, a los Castro no les fue del todo mal por estas tierras.




Para su genealogía, recurro a la obra fundamental de Antonio Bermejo Herreros y al libro en holandés de Pieter A.V.P. Donche, «De familia De Castro y Toledo». Hoy la mansión se conoce por haber sido la residencia de Francisco José de Castro y Toledo, quien llegó a ser gran concejal de la región y murió en Bruselas en 1733 y quien, a su vez, era descendiente de Diego de Castro, militar castellano que llegó a Flandes en 1603. En la fotografía, puede apreciarse la mención a este personaje en la descripción de la calle. Es decir, un ejemplo claro de españoles que se quedaron tras la partida de España. Además, de su arraigo a esta tierra da muestras el hecho de que su mujer, Anna Jacqueline van Coppenolle, fuese flamenca. Sin embargo, la presencia de esta familia se remonta a los primeros tiempos de la presencia española, ya que tanto su abuelo como su padre (don Diego De Castro y Santiago de Castro) también ocuparon este edificio. Además, pues si fuera poco, su hijo, del mismo nombre, también fue gran concejal del País de Waes, manteniendo su apellido.
Tendría que realizar una investigación más profunda, pero parece ser que el apellido se mantuvo en sus descendientes flamencos hasta principios del siglo XIX.
Estos son los resquicios de la historia de España que aún quedan en Sint- Nikklas. Pocos, pero suficientes para justificar una escapada a este peculiar pueblo.
Como la visita apenas nos lleva tiempo, decidimos volver en dirección a Malinas, ciudad mucho más grande y con más herencia española y de la que pronto escribiré.
Pero antes, volvemos al bar «Tapas Plaza Central». Nuestra sorpresa es mayor cuando el dueño nos aclara que no es español, sino de allí de toda la vida y que vivió con su familia unos añitos en la Comunidad Valenciana. Al volver, montó el bar. Optamos por unos buenos embutidos y cerveza española. Como granadino, me decanto por una «Alhambra», mis amigos por una Mahou y una Estrella Galicia. Siempre es agradable encontrar estos detalles en mitad de un pueblo flamenco, aunque cada vez, he de decir, que es más habitual.



Después de comer, antes de volver a la estación, visitamos una iglesia, gran parte de cuya construcción se produjo en época española. Además, en la oficina de turismo me aseguran que en el pueblo la historia de De Castro se conoce y es parte de su identidad.
No es gran cosa lo que queda de España en Flandes, ya lo he destacado otra veces. Tal vez sea mejor así, gracias a eso podré seguir yendo a estos sitios perdidos a recordar antiguos linajes escondidos bajo las piedras de las plazas y calles de un Flandes donde los niños siguen pensando que San Nicolás viene desde España.